Un comentario urgente sobre las expresiones de la ex presidenta en relación con los medios de comunicación, la agenda pública y el acceso a la información en su gestión y en la actual.
Mirada desde la perspectiva del negocio de los medios, la entrevista de Luis Novaresio en Infobae.com a Cristina Kirchner es un hito en el periodismo argentino. Por primera vez, un sitio web impone su agenda a todo el resto del sistema de medios. Pero también lo es porque la ex presidenta tuvo que ceder a su propia resistencia y someterse a una verdadera entrevista periodística (de igual a igual, sobre los temas de interés público y con la posibilidad de repreguntar). En su entorno tal vez hayan pensado que tras tantos años de no conversar con periodistas, para romper la abstinencia la web podría haber sido un medio más seguro que la televisión. O tal vez, descartados los medios de Clarín, La Nación o Perfil, no quedó otra alternativa ante el rechazo de otros posibles entrevistadores, como Susana Giménez o Mirtha Legrand. En el pasado quedaron experiencias fallidas -o sólo útiles para satisfacer al propio electorado, como las lejanas conversaciones con Jorge Rial y Hernán Brienza o la puesta en escena en el Instituto Patria con Gustavo Sylvestrey equipo-.
Ahora, para ganar la elección legislativa de octubre en la provincia de Buenos Aires -el último reducto que le queda al kirchnerismo-, la ex presidenta tiene que sumar votos de un electorado que no la quiere. Los votos de los peronistas que votaron a su ex ministro Florencio Randazzo y a s ex jefe de gabiente Sergio Massa, de los progresistas que seguían a Margarita Stolbizer y los marxistas de las distintas variantes de la izquierda local que todavía no se hicieron kirchneristas. Mientras esquivaba las preguntas de Novaresio (que se centraron en cuestiones viejas sobre las que nunca había respondido, como su huida de la presidencia sin entregar los atributos del mando o las circunstancias de la muerte del fiscal Alberto Nisman; o nuevas, como su situación judicial cada vez más acuciante), la líder de Unidad Ciudadana envió mensajes a esos electorados, última esperanza de conservar márgenes de protagonismo que le permitan intentar volver a buscar la presidencia en 2019.
A los peronistas que la resisten, les prometió “no ser un obstáculo” para la unidad dentro de dos años. Y a los demás les ofreció la repetición afirmaciones que merecen un intenso ejercicio de chequeo y verificación, desde que no hay estado de derecho en la Argentina (“igual que en Venezuela”, matizó) hasta que hoy la inflación es más alta que durante su gestión.
El mismo día que Infobae.com (que va camino de convertirse en el medio periodístico digital más influyente y de mayor audiencia), con la firma de Román Lejtman, reveló los detalles de la pericia de la Gendarmería que confirmará que Nisman fue asesinado -información que dominó la agenda de la mañana y que obligó a sus competidores a Clarín y La Nación a abrir sus portales con esa información-, Daniel Hadad recibió en persona a la ex presidenta y la acompañó hasta el moderno estudio de televisión del sitio informativo en el que el empresario de medios se refugió cuando según él fue presionado para venderle a Cristóbal López la cadena de noticias C5N, Radio 10 y cuatro FM segmentadas. “Tuve que vender, Negrito”, dijo Oscar González Oro que le dijo Hadad aquel día de 2012. Independientemente de muchas otras lecturas que pueden hacerse, la visita de Cristina Kirchner a Infobae hoy debió haber sido para Hadad una suerte de revancha (Hadad dijo hace algunos meses que estaba escribiendo un libro en el que iba a contar, entre otras cosas, sus reuniones con la ex presidenta).
Durante las dos horas de entrevista con Novaresio, Kirchner eludió, evadió, disfrazó, negó y salteó la mayoría de las consultas concretas que le planteó su entrevistador. Con un carácter tranquilo que no le es muy habitual en sus presentaciones públicas, mantuvo su particular visión de la realidad y la jerga que usó ella y su sector político para explicarla estos años: aparato mediático hegemónico, periodismo de guerra, 678 programa democrático, etc. etc. Más allá de otros aspectos de la charla, en las cuestiones política, económica y judicial, vale la pena detenerse en algunas de sus frases sobre la comunicación de su gobierno, el papel de los medios informativos, y de la megaestructura propagandística que caracterizaron a su gobierno. Expresiones que exigen además una contextualización.
-“No daba entrevistas porque en mi gobierno había un periodismo de guerra”
La expresión “periodismo de guerra” fue acuñada por Julio Blanck en una entrevista que concedió a Izquierda Diario, medio digital del Partido de los Trabajadores por el Socialismo-PTS, para referirse a la respuesta que el diario Clarín hizo del ataque sistemático que la empresa editora recibió entre 2008 y 2015. En los mismos términos se expresó en diciembre de 2015 el actual jefe de gabinete, Marcos Peña, cuando anunció la derogación parcial de la ley de medios: “Hoy se termina la guerra contra el periodismo”. Tras un período de cooptación del periodismo profesional (con prebendas y favores, o con la creación de espacios de afinidad ideológica) y de compra de los mercenarios del periodismo (con publicidad oficial y otros subsidios estatales), hubo una guerra abierta contra la línea editorial de los medios críticos que arrancó tempranamente -durante la gestión de Nestor Kirchner- con la discriminación de la Editorial Perfil en el reparto de la pauta oficial, siguió con la remoción de periodistas críticos en los medios públicos -el primero de los cuales fue Pepe Eliaschev, que tuvo durante largos años y distintos gobiernos su programa Esto que pasa en Radio Nacional-, avanzó con la ley de medios -que no sólo apuntó a Clarín sino que condicionó a todo el sistema de radio y televisión privado- y terminó con la persecución judicial, fiscal y económica contra medios y periodistas (inspecciones de la AFIP, cepo publicitario, y denuncias infundadas).
Si hubo periodismo de guerra es porque hubo guerra contra el periodismo y los medios. Y esa guerra fue iniciada por el kirchnerismo, que aplicó el manual que ya había instrumentado en Santa Cruz cuando Néstor Kirchner fuera gobernador y que muchos no quisimos reconocer cuando se postuló a la presidencia (a pesar de las advertencias de periodistas como el fallecido Daniel Osvaldo Gatti, que en 2003 publicó el libro Kirchner, el amo del feudo.
– “Voy a conceder que el tono de las cadenas nacionales y las cosas que decía no eran apropiadas, porque pensándolo muchas veces estaba enojada, entonces de repente alguien que llegaba a su casa y encendía el televisor y veía a la presidenta ofuscada o crispada, no es la mejor imagen para un presidente, y yo no lo advertí, en eso me critico duramente”.
El gobierno de Cristina Kirchner abusó de las cadenas nacionales durante sus dos mandatos pero sobre todo en los últimos tiempos (como bien subrayó Luis Novaresio al preguntarle sobre el tema), lo que significó el reconocimiento implícito del fracaso de toda su política de comunicación pública -que demandó miles de millones de dólares en publicidad oficial, despliegue de la televisión digital abierta y construcción de un sistema de medios paraestatal que implosionó a los pocos meses de dejar la presidencia-.
Al mejor estilo de Venezuela -donde los mensajes presidenciales se usan no sólo para comunicar propaganda política oficialista sino también para tapar las escasísimas ventanas de difusión que tienen los sectores críticos, incluidos los del propio chavismo-, las cadenas cristinistas fueron utilizadas para hostigar, agraviar, difamar y construir un relato ficticio sobre la base de militantes (cuando no funcionarios) convertidos en “gente común agradecida” o extensos actos urgentes donde los invitados iban en condición de aplaudidores.
-“En mi Gobierno hubo libertad absoluta. Se podía poner carteles contra un periodista o contra mí, ponían: ‘la yegua’, ‘puta’ o ‘montonera’. Me mostraban colgada, ahorcada. ¿Y escuchaste que se reprimiera a alguien en mi Gobierno? Ahora hubo un chico preso un mes por un tuit”
Es cierto que la Argentina kirchnerista no alcanzó los niveles de desintegración del sistema democrático que se ve desde hace años en Venezuela (donde no hay libertad de expresión y donde el periodismo profesional es perseguido) o de Ecuador (que tipificó delitos de prensa en su ley de medios, que está siendo actualmente revisada por el sucesor oficialista del ex presidente Rafael Correa), pero tampoco puede decirse que “hubo libertad absoluta”.
En el gobierno de Cristina Kirchner hubo persecución, restricciones explícitas al acceso a la información pública, operaciones de espionaje interno contra periodistas y dirigentes opositores, presiones sobre anunciantes privados para que no inviertan publicitariamente en determinados medios, inspecciones hostiles de la AFIP a unos medios al tiempo que se permitía la evasión a gran escala en otros, irrupción en asambleas de accionistas de empresas de comunicación, aplicación arbitraria de la ley de medios (exhaustiva para unos y laxa para otros), entre otras formas de presión que fueron subrayadas (a veces, tardíamente) por organismos internacionales de los que el kirchnerismo nutre hoy buena parte de sus argumentos, como la Relatoría de la Libertad de Expresión y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, entre otros.
En los medios de comunicación formales, ningún periodista profesional que yo tenga presente, calificó nunca a la ex presidenta como “yegua”, “puta”o “montonera” (aunque este último calificativo no debería entenderse como un insulto sino en todo caso como una descripción que aplicado a su caso es claramente erróneo: durante la dictadura la ex presidenta se dedicó al Derecho en la actividad privada). Sí fueron expresiones callejeras y en las redes sociales donde hoy se leen epítetos parecidos sobre el presidente Macri, su familia y sus funcionarios. Es parte de la división social y violencia verbal que el gobierno kirchnerista no inventó pero sí profundizó enormemente.
-“Yo creo que este Gobierno está blindado mediáticamente. Yo creo que mucha gente muchas veces no se siente interpretada por lo que pasa en televisión. ¿No te pasa que te encontrás con mucha gente que te dice “Ya no se puede ver televisión y se pasa a Netflix y otras plataformas?”
Para hacer una afirmación tal habría que completar un análisis de los contenidos de los distintos medios (al menos tener una muestra y estudiarla para sacar alguna conclusión, que tratándose de contenidos siempre tendrá sesgo). Pero si uno mira la oferta informativa argentina, a priori parece similar a la del final de los 12 años de gestión kirchnerista. Incluso podría decirse que algunos medios se han convertido a un discurso de izquierda -mayormente crítico de la actual gestión- que resulta novedoso (algo que se observa por ejemplo en la señal de televisión de La Nación) o mantienen un cristal predominantemente kirchnerista en su mirada de la realidad como en los medios públicos. Además, los sindicatos de prensa son de mayoría kirchnerista o filokirchnerista, y también son kirchneristas algunos de los medios cooperativos que hasta 2015 fueron conducidos por empresarios que se enriquecieron con la pauta oficial. Todo eso está en el mercado, en los puestos de diarios y revistas, en la grilla de la TV paga y sobre todo en Internet y las redes sociales.
A la ex presidenta siempre le gustó analizar la evolución de los medios e intervenir en la construcción del sistema mediático (su gobierno desplegó la televisión digital terrestre para reducir la penetración del cable, invirtió fuertemente en la producción de contenidos de ficción militante -como lo fue la serie El Pacto, sobre Papel Prensa- y hasta intentó crear una medidora de rating oficialista -Sifema-, que finalmente nunca prosperó). Ahora también gusta de opinar sobre el fenómeno de los cord cutters, que dejan de ver televisión y “se pasan a Netflix”.
-“Pero, perdón, había además en ese canal de televisión [el 7, donde se emitía 678] otros programas donde iba toda la gente. ¿Cómo no va a ser democrático un programa porque tenga una determinada orientación? Yo no estoy hablando de un programa, estoy hablando de la programación entera de los canales. Luis, Los programas, desde que empiezan a la mañana con la señora que da recetas de cocina, hasta esos hablan de Cristina.(…) Se ve cómo se filtra la política. Es una cosa permanente, que es evidente: “Apunten todos contra Cristina Fernández de Kirchner”. Es muy evidente para negarlo, Luis. Por eso creo que un programa de televisión como 678 en un mar de programas y medios de comunicación, que atacaban al Gobierno, que no difundían ninguna de sus gestiones ni de sus obras, me parece que no afectaba para nada.”
La defensa de 678 es lo que más ternura despierta entre las reflexiones que la ex presidenta le dedicó al panorama mediático de su presidencia y de la de su sucesor. Cristina Kirchner todavía sostiene el discurso de que “porque había prensa opositora” entonce tenía que haber “prensa oficialista”. Ese planteo casi termina con la idea de periodismo como profesión y convirtió a todos los comunicadores en mercenarios de sus patrones (incluidos los patrones gubernamentales en los medios públicos). Ese daño durará años en la Argentina, donde es imperioso reconstruir la profesión periodística, donde tienen que haber profesionales de todos los pensamientos, de izquierda y de derecha, de abajo y de arriba, pero que hagan periodismo profesional, verifiquen los hechos, contrasten las fuentes y encuentren aquellos temas de interés público que el poder -el que fuese, político, económico o social- quiere ocultar.
Es falso que los medios independientes (del gobierno) no difundieran obras del gobierno K durante las dos presidencias de Cristina Kirchner. Es insostenible y cínico decir que eso implicaba un cerco informativo en el contexto antes descripto. Por más que en sus comienzos se intentara teorizar sobre su carácter revolucionario en la comunicación (hasta hay un libro en esos términos escrito por Pablo Alabarces y María Julia Oliván) 678 fue un programa propagandístico desde su primer día y fue volviéndose una sátira cada vez más triste hacia su final, que terminó bien entrada la gestión del gobierno macrista con la caducidad del contrato de la emisora con la productora, ya propiedad de Cristóbal López, no antes). Fue pura extorsión y difamación, y aunque se procuró colgarlo como vagón de cola del rating de Boca o de River en tiempos del Fútbol para Todos, fue un rotundo fracaso en términos de masividad.
Ese fracaso de 678 se confirma nuevamente en que Kirchner -tras sus entrevistas con C5N, el canal de Cristóbal López- tiene que buscar a un medio profesional para dar su primera entrevista periodística en años. Cristina sigue políticamente viva, su discurso está intacto (por eso atrasa) y la construcción de un relato simple y de fácil digestión parece la única estrategia de su sector político, cada vez más acorralado en los límites del conurbano bonaerense, tal vez la zona del país que menos oferta informativa propia tenga.
Cristina eterna no debe ser entendido sólo un proyecto político, también puede ser leído como una realidad concreta: la ex presidenta es lo que es y nunca va a cambiar.
-Fuente: http://josecrettaz.com.