Su sólido compromiso con la realidad y la política, característico de la generación del 60, de la que fue uno de los nombres centrales, lo llevó a crear junto a otros escritores las revistas literarias El grillo de papel (1959-1960) que fue prohibida en 1960 por el gobierno de Arturo Frondizi; El Escarabajo de Oro (1961-1974), considerada por la crítica especializada como la más prestigiosa publicación literaria de la década; y El Ornitorrinco (1977-1986).
Esta última revista, que publicó junto a Liliana Heker y Sylvia Iparraguirre -quien fue su esposa y lo acompañó hasta sus últimos días- fue considerada una de las publicaciones más importantes de la resistencia cultural contra la dictadura militar instaurada el 24 de marzo de 1976.
Castillo fue un amante de deportes como el boxeo, el remo, el ping pong, el ajedrez (que practicó casi como un maestro), el tenis; y de la música de los franceses Albert Roussel y Claude Debussy, aunque escuchaba igualmente jazz y rock.
«Como terapia me quedo con el ajedrez: el ajedrez es el juego más hermoso y desalienante que existe. Borra el mundo, es una purificación. La literatura no», dijo en una entrevista.
También fue un atento lector de la filosofía occidental, sobre todo de la obra de autores como Sartre, Schopenhauer y Nietzsche, que lo forjaron en sus convicciones y en el desarrollo de una moral y una ética personal que era legendaria en el circulo literario: hasta sus detractores reconocían en él a un ser humano incorruptible y un intelectual comprometido con el bien común.
Castillo dictó durante los últimos cuarenta años, siempre en el living de su casa, el que tal vez fuera el más importante taller literario de los muchos que se dictan en Buenos Aires. De un oído extraordinario, una generosidad sin límites escondida detrás de una imagen severa, y una cultura de las más vastas que un escritor pueda tener, por su taller han pasado generaciones de cuentistas, y ha sido admirado y querido como un maestro por autores como Juan Forn, Rodrigo Fresán, Gonzalo Garcés, Pablo Ramos y Samanta Schweblin, entre muchísimos otros. Sus máximas sobre el cuento fueron recogidas en un libro de una pedagogía exquisita llamado «Ser escritor».
En el primer volumen de sus «Diarios», obra que publicó en junio de 2014, el escritor narró sesgada y literariamente hechos de su vida ocurridos desde 1954 a 1991, como la temprana decisión de convertirse en escritor.
En esas páginas, Castillo vuelca circunstancias de su vida cotidiana, pero sobre todo pensamientos, comentarios de lecturas literarias y filosóficas, preocupaciones políticas, y las ideas y textos iniciales que luego se convertirían en cuentos, novelas obras de teatro; así como sus encuentros con Borges y Cortázar.
En ese volumen también alude a los hechos que marcaron su vida, aquellos que significaron «un antes y un después»: la separación de sus padres; la decisión de regresar a vivir en Buenos Aires desde San Pedro; y la elección de la literatura como parte de su «destino» entre los 22 y 24 años. El segundo volumen de sus diarios aparecerá este año.
A fines de 2016 Castillo publicó «Del mundo que conocimos», una selección personal de sus cuentos que funciona como una suerte de mapa íntimo que abre con el ya clásico «La madre de Ernesto»y contiene textos como «Las otras puertas», «Patrón», «Los ritos» y «Las panteras y el templo».
Entre muchísimos premios, Castillo recibió en 1986 el Premio Municipal de Literatura por «El que tiene sed», en 1993 el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra, y en 1994 el Premio Konex de Platino. En 2007 fue galardonado con el Premio Casa de las Américas de Narrativa José María Arguedas por «El espejo que tiembla».
Su obra fue traducida a 14 idiomas, entre ellos el inglés, francés, italiano, alemán, ruso y polaco.