Problemáticas que van desde la violencia psíquica y física intrafamiliar proferidas por la madre. Agresiones verbales, físicas y el no contacto con el progenitor en muchos casos confundidos con los planteos de cuestiones emocionales no resueltas y en otros, es una extorsión para obtener una mayor cuota alimentaria.
La mujer atravesada por prejuicios e inequidad, víctima no sólo de la violencia masculina, sino del desamor. La mujer como sinónimo de madre, con atributos que condicionaran la crianza de sus hijos conforme su propio bagaje de carencias afectivas.
En un intento de desandar algunas de estas cuestiones, entrevisté a la Licenciada en Psicología Claudia Gentile, y a algunos padres a quienes les atribuyo un nombre ficticio, cuyos hijos han sido violentados por las progenitoras y por algunas instituciones como el ámbito educativo, los servicios sociales, la policía y la Justicia, e ignorados por la sociedad.-
La conmoción que produce la muerte de un niño, de manera violenta, es una de las sensaciones de mayor impacto: desubica, angustia, genera impotencia. Surge inmediatamente la búsqueda de causa, antes que los culpables, las preguntas y el inevitable ¿Por qué?
El horror de las muertes de los pequeños Gonzalo y Mateo. Lo impensable de las condiciones previas y la inexcusable necesidad de pensar y reaccionar por cuantos menores están a esta hora, en este momento viviendo situaciones similares, ajenos de toda acción de los equipos de salud, de las escuelas, de los servicios locales y de la Justicia. No se pregunta por el padre, la primera cuestión es ¿Dónde estaba o que hizo la madre para evitarlo?
La práctica profesional de la abogacía me ha brindado elementos para considerar en base a casos y experiencias concretas que los niños y jóvenes están en riesgo, pero, además de los detalles concretos de formas y procederes que le da a una el conocimiento de estos hechos, no hace falta ser abogado para aplicar el sentido común y llegar a evaluar la situación descripta. Basta tener la intención de ejercitar el sentido común, y, no mirar para otro lado.
No quedan más vestiduras para desgarrarse cuando el hecho está consumado, cuando un menor ha sido abusado, ultrajado, abandonado, muerto o asesinado. Pocas son las posibilidades de revertir los traumas psicológicos y emocionales, para los que sobreviven a semejante insensatez. Ni hablar de las secuelas. Si bien esta problemática atraviesa todas las clases sociales, las carentes de recursos materiales o intelectuales son las más dañadas: no les toman las denuncias, no tienen muchas veces la posibilidad de encontrar un profesional que no involucre su subjetividad en perjuicio del caso, de pagar una psicoterapia adecuada, de que sea contenido en un espacio escolar donde se entiendan los abordajes de estas situaciones.
- El caso de Carlos: «Hace casi un año que no veo a mi hijo. Siento un desgarro. Recuerdo cada «última vez» con mi hijo».
Carlos que es el papá de un niño de 7 años con el cual no tiene contacto alguno desde diciembre de 2016 a raíz de una restricción de acercamiento que pidió la progenitora del niño en Capital Federal. Me dice: «Hace casi un año que no veo a mi hijo. Siento un desgarro. Recuerdo cada «última vez» con mi hijo. La última vez que fuimos juntos a una plaza, la última vez que festejamos la Navidad, la última vez que fuimos a la casa de sus abuelos que él ama. La última vez que sumamos un autito a la colección que estábamos armando juntos. La última vez que jugamos con él y sus hermanas del corazón. También siento culpa. Siento algo horrible por la última vez que lo reté porque desobedeció algo, me pregunto si habré sido un mal padre muchas veces, aunque cuando recuerdo las cosas que hicimos juntos, cuando veo las fotos y filmaciones, que son las únicas cosas que me quedan, creo que fui lo mejor que pude. A veces siento culpa por la madre que le dí, a veces siento culpa por no haber podido atajar el problema que siempre sentí que estaba latente con ella. Miro la ropita que me quedó de él, miro los juguetes y me pregunto si cosas que le había comprado para cuando fuera un poco más grande llegará a usarlas siquiera. Me pregunto si seguirá hablando como hablaba, me pregunto cómo leerá, cómo será su letra, me pregunto montones de cosas. A veces, cuando no doy más de extrañarlo, me pregunto si no fue todo una fantasía y si él no fue nada más que un angelito que vino a acompañarme y enseñarme cosas un tiempo de mi vida y ya no voy a volver a verlo. Me pregunto cómo puede ser que cada instante que pasé con él no lo haya valorado mucho más, saboreado mucho más. Siento como si me hubieran amputado el alma. Y siento que a él le amputaron un montón de cosas, y que no tiene defensa para todo eso, y me pregunto qué estará pasando por su cabecita, cómo procesará él estas ausencias».
Carlos me habla de su peregrinar en la justicia, además de la impotencia, de la desesperación que tiene algunos días. «¿Lo que siento? me preguntas, siento todo eso te conté antes y que la justicia es cualquier cosa menos justa. Que alcanza con que una mujer declare algo para que sea tomado como una verdad absoluta, y que con eso alcance para que a un hijo le amputen a un padre, a tíos, primos, abuelos, hermanos adoptivos, amigos…
«Que el padre tiene que probar que no es todo lo que la madre tuvo ganas de imputarle, y que debe hacerlo cuando la justicia lo desee, eso equivale a un tiempo no menor a un año. A ese chico, mientras tanto, le robaron un montón de vida junto a su papá. Y qué recibe ese chico mientras tanto? Difícilmente un mensaje positivo sobre su progenitor. Seguramente lo están dañando en más de un área. Primero con las ausencias, la desaparición de un montón de seres queridos. Y después con el veneno que le están inyectando diciéndole cosas que se podrán probar que eran falsas, pero que lo afectaron, quizás de forma irreversible».
«Que la Justicia es lenta para todos lados, porque si un padre fuera lo violento y peligroso que una madre puede denunciar, pasarán meses hasta que siquiera lo citen para declarar o evaluar si es así. En ese tiempo, madre e hijo están desguarecidos de protección. Estas medidas son completamente inútiles. Al violento lo cargan con más violencia. Y al que es acusado injustamente, lo destruyen en más de un área de su vida. Y claro, al menor, que no sabe lo que pasa, que no pidió nada de esto, lo destruye por completo, le quita la inocencia, le roba la alegría».
«Estas mujeres que caen en este tipo de acciones, revelan su verdadera intención en más de un área. Atacan a la pareja actual del padre de su hijo, atacan a los abuelos, a los tíos, incluso pueden decir barbaridades sobre otra criatura. Todo sirve para destruír. Y al mismo tiempo, deja en claro que el motor de todo esto es el odio, no el amor ni la protección. Buscando «proteger» al niño, lo destruyen en lo más tierno de su inocencia».
- El caso de Luis «El Expediente civil no avanzaba nunca, me hicieron pericias, lo mismo a la madre y al niño. Pero no definían la situación y no me permitían verlo ni que estuviera conmigo. Por otro lado en otro expediente, me demandaban por una cuota alimentaria de U$S2.000 dolares mensuales».-
Luis tiene 51 años, su hijo ahora tiene 19. Cuenta que «Estábamos viviendo en Miami cuando ella quedó embarazada. Me dijo quería que el bebé naciera en Argentina, lo cual no me pareció descabellado porque allí estaba la familia de ambos».
«Ella viajó unos días antes y cuando fuera la fecha de parto yo iba a viajar. Lo que pasó fue que no me avisó cuando nació mi hijo y desde allí en más no lo pude ver más que en contadas ocasiones y por minutos en algunos casos».
«El Expediente civil no avanzaba nunca, me hicieron pericias, lo mismo a la madre y al niño. Pero no definian la situación y no me permitían verlo ni que estuviera conmigo. Por otro lado en otro expediente, me demandaban por una cuota alimentaria de U$S2.000 dolares mensuales, lo que era un verdadero disparate. Para ese entonces regresé a vivir a Argentina y viajaba cada 15 días a EE.UU. para esta altura mi hijo tenía 10 años y no lo había podido ver ni compartir su crianza. Me contaba que la madre y su pareja lo dejaban sin calefacción como castigo, él tenía asma. Hasta que un día me avisaron que se iban del país a vivir al exterior».
«Así estuvimos hasta los 14 años en que mi hijo decidió venir a vivir conmigo por su propia voluntad. La justicia nunca hizo nada, nadie hizo nada. Pasamos 14 años judicializados para nada. A esos años no los recuperamos más».
- Lic. Claudia Gentile: «Hay muchos chicos desamparados de la justicia por este tema que parece que arde y no lo quieren abordar como se debería. Tengo un paciente cautivo de la justicia con una cautelar colgada de la puerta de la casa del hijo a quien no puede ver hace 4 años. Los cambios son lentos y acá van dándose tracción a muertos».
- El caso de Ricardo «El infierno que se vive y el daño irreparable que le hacen a los chicos, y al resto de la familia, el que no lo vive tiene que saber que existe. El daño a mi hijo es irreparable, no se si podrá superar la bronca, el resentimiento que tiene».
Ricardo es el padre de un niño de 12 años, y cuenta su experiencia en Saladillo «Hacía un año y algo que nos habíamos casado. Parecía una chica tranquila, pero después del casamiento fue otra persona. Nació nuestro hijo y a los pocos meses sucede un hecho que hace imposible la convivencia. Ella se queda en la casa y dejo todo lo que había comprado. Se dejó todo firmado en un convenio de alimentos y régimen de visitas. Pero eso al poco tiempo empezó a no cumplirse. El bebé tenía un año y algo para esa época. En primer lugar el problema comenzaba en la comisaría para que te tomen la denuncia porque la madre no cumplía el régimen de visitas, no me lo dejaba ver ni tener ningún tipo de contacto. Siempre era una lucha. Desde el Juzgado de Paz nunca me daban respuesta, todo llevaba años, hasta que tuve que iniciar en la Fiscalía la primera denuncia por impedimento de contacto cuando mi hijo tenía ya casi dos años. Donde tampoco hicieron nada hasta que fueron varias las denuncias. Recién ahí y después de dos años pude volver a darle un beso a mi hijo. Fue por un breve plazo, ya que a la madre se le ocurrió que no me lo iba a dejar ver y empezamos de nuevo. Sin verlo, ni llamarlo, ni poder saludarlo para los cumpleaños».
«En el juzgado siempre había un «pero», pienso que no me creían o no les interesaba, no sé qué pensar hoy, eran escritos más escritos y pasaron los años, así estuvimos desde los 2 hasta que el niño tuvo 5 años y algo. Casi tres años sin contacto por antojo de la madre y la justicia que no hacia nada». En sala de 5, en el jardín de infantes, pude retomar el contacto y fue también terrible. El Niño estaba por debajo del peso y talla de un chico de su edad, no comía prácticamente casi nada. Otra de las cuestiones más difíciles fue que no me registraba como el padre, mi hijo decía que el papá de él era la pareja de la madre, a mi me llamaba «el otro papá». Cuando lo bañábamos no se lo podía poner abajo de la ducha, temblaba como una hoja, tenía terror, no hablaba prácticamente. Ya ahí comencé a pensar que otra cosa pasaba, pero no podíamos probar nada, mi hijo no decía nada».
Ricardo cuenta que en la actualidad, si bien se restableció el contacto y se cumplía el régimen de visitas de una semana cada uno, hasta que hace casi un año «el niño con 11 años un día le dio una ataque de nervios y no quiso volver a la casa de la madre y luego de la insistencia de mi parte, porque eso era otro problema asegurado, se animó a decir lo que pasaba, lo cual se encuentra acreditado en la causa penal por lesiones agravada por el vínculo» : la madre y su pareja le pegaban con un cinto en la cabeza, lo dejaban solo y sin comer por varias horas, en algunas oportunidades otras personas le daban para ingerir alcohol, pedían ropa usada y le hacían poner esa ropa. Y así comenzó otra etapa de lucha, no le creían ni respetaban su situación, no me creían como habían sido las cosas, que el nene no quería ver más a la madre. Claro ¿cómo podía ser que un chico no quisiera volver con la madre? En una de las escuelas hacían ingresar a la madre y el niño luego tenía una crisis poniéndose muy agresivo, orinándose encima y mordiéndose los dedos de las manos. La directora de una escuela refirió: ¡Pero no fue Abusado! Le volvían a insistir en que viera a la madre y él más se negaba, en más de una oportunidad dijo: no entienden ustedes que no quiero ir, que no la quiero ver, si me obligan voy a agarrar un cuchillo y la mato».
«Pensé varias veces si contarlo para que lo publiques o no, porque ya ni se que hacer a veces. Hoy tengo la tenencia desde hace casi un año y el niño no quiso ver más a la madre desde ese momento. Todos estos meses me sacan del sueldo la cuota alimentaria, la Justicia se toma su tiempo para todo. Pero esto se tiene que saber, el infierno que se vive y el daño irreparable que le hacen a los chicos, y al resto de la familia, el que no lo vive tiene que saber que existe. El daño a mi hijo es irreparable, no se si podrá superar la bronca, el resentimiento que tiene».
Mientras el silencio de los inocentes retumba ensordecedor, ellos siguen desamparados, sin voz, sin imagen alguna que pueda retratar el horror cotidiano, vivido a cuenta gotas. Si no pensamos como importante y urgente garantizar la integridad psíquica, emocional y física de nuestros niños, esos futuros adultos que determinaran pautas de conductas individuales y sociales a corto y a mediano plazo, necesitaría que alguien me convenza que otra cuestión puede ser, hoy, más urgente.
1 de octubre de 2017. Graciela Achabal.-