Cien años de Astor Piazzolla, el creador que cambió para siempre al tango.-

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El bandoneonista logró elaborar una voz propia, original e inconfundible, que no sólo renovó al género sino que le instaló dentro la idea de modernidad.

Hoy, 11 de marzo, Astor Piazzolla cumpliría 100 años. Por esa inescrutable forma de persuasión que tienen los números redondos, la recurrencia es motivo válido para volver a prestar atención a su obra, en plena vigencia, y a recorrer una vez más su historia, a esta altura abundantemente explicada y retratada. En ese trajín, en el momento medular de este “Año Piazzolla” se multiplican los recuerdos y homenajes en el mundo. También en Buenos Aires, epicentro sentimental de su música. El Teatro Colón, por ejemplo, reabrió sus puertas tras la pausa provocada por pandemia y por estos días ofrece una serie de conciertos, en colaboración con la Fundación Astor Piazzolla, Sadaic y Aadi y la curaduría artística de Daniel “Pipi” Piazzolla y Nicolás Guerschberg. En el Centro Cultural Kirchnerhoy a las 19 se inaugura la muestra Piazzolla 100 y a las 21, en el Auditorio Nacional, habrá un concierto con numerosas figuras del tango y alrededores, con el que comenzará una serie de recitales que se prolongará durante todo el año.

Holgadamente sensual para ser popular y suficientemente compleja para desbordar los macizos terraplenes del entretenimiento, la obra de Piazzolla goza de todos los derechos entre los clásicos del siglo XX. Mezcla intrigante de audacia y candor, gozo y melancolía, oralidad y escritura, la música del bandoneonista todavía es capaz de parecerse al mundo que la circunda. Con esa chapa transita el siglo XXI y así circula desde hace décadas por salas de concierto, festivales de jazz, clubes nocturnos y escenarios de las más variadas layas, sin dejar de ser, por sobre todas las cosas, emblema sonoro de esa ciudad, Buenos Aires, la que antes supo engendrar al tango.

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Su primer bandoneón se lo regalaron cuando tenía seis años. Su padre siempre quiso que fuera músico y lo hacía escuchar a la orquesta de Julio de Caro. Pero cuando se apareció con una caja, Astor pensó que eran los patines con los que soñaba. A “Nonino” le había costado 19 dólares en una casa de compra y venta de objetos usados. Piazzolla cuenta en sus memorias que nunca supo a quién había pertenecido, pero lo conservó toda su vida.

En esos años conoció a Carlos Gardel y participó como canillita en la película El día que me quieras. Un día se animó a tocar el bandoneón frente al mito. Y el “Mudo” le dijo: “Pibe, vos tocás el bandoneón como un gallego”.

Cuando la familia regresó a Mar del Plata en 1936, comenzó a tocar en varias orquestas de tango de la ciudad. A los 17 años se trasladó a Buenos Aires: ahí estaba su destino. Formó su propia orquesta en 1946, compuso nuevas obras y experimentó con el sonido y la estructura del tango. Tres años después disolvió la orquesta, insatisfecho con sus propios esfuerzos y todavía interesado en la composición clásica. Tras ganar un concurso de composición con su pieza sinfónica, inequívocamente bautizada “Buenos Aires” (1951), se fue a estudiar a París con Nadia Boulanger. Completó su formación clásica pero nunca dejó de lado su amor por el tango. Regresó a Argentina en 1955 pero se mudó nuevamente a los Estados Unidos, donde vivió de 1958 a 1960. Cuando regresó a Argentina, formó el influyente Quinteto Nuevo Tango (1960), con violín, guitarra eléctrica, piano, contrabajo y bandoneón. Se iniciaba la leyenda del revolucionario.

Piazzolla fue un compositor genial de tangos modernos, que tuvo formación clásica -de música “clásica” y de tango “clásico” también- y cuya obra refleja e inspira profundos sentimientos, en la ciudad del mundo en la que sea.





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