Valentina Biskupovic recibió una distinción en Chile; su pasión por este deporte y cuáles son sus mayores sueños.
Me gusta tener Síndrome de Down.
—¿Por qué?
—Porque soy feliz.
Es un domingo de marzo en Chile. Valentina Biskupovic acaba de llegar a su casa, ubicada en la ciudad de Santiago, después de una intensa mañana de entrenamiento de rugby. Está vestida con la camisa y los shorts de su equipo llamado Tarucas. También lleva puesta una cadena con el símbolo del club, el cual exhibe con orgullo.
“Me gusta jugar rugby porque tengo amigos y porque siempre ganamos”, le dice a BBC Mundo a través de una videollamada, acompañada de sus padres, Mariella Gosthe y Rodrigo Biskupovic.
Valentina, de 22 años, tiene síndrome de Down. Y aunque esa alteración genética la define, hay muchas otras cosas que también la definen, empezando por una decena de galardones que ha coleccionado en los últimos años gracias a sus increíbles habilidades deportivas.
Convertida en una verdadera estrella del rugby en Chile -y una de las únicas mujeres con síndrome de Down en practicar ese deporte en el país sudamericano-, ahora fue reconocida por su liderazgo entre personas con discapacidad.
El premio -llamado BacanaMente: Mujeres en Discapacidad Cognitiva que nos Transforman– busca visibilizar el impacto positivo que estas mujeres tienen en la comunidad que las rodea. Y Valentina, ciertamente, es un buen ejemplo de ello. Aunque a veces le cuesta hablar -debido a un trastorno de lenguaje muy común entre las personas que tienen síndrome de Down-, siempre está motivando a sus pares para que avancen y logren sus objetivos.
“Yo les digo ‘vamos a ganar’”, afirma, sonriendo. Pero, Valentina no siempre fue así. Para llegar hasta aquí, tuvo que superar enormes barreras. Aquí te contamos su historia, a través de su propia voz y la de sus padres.
Primeros años
En los nueve meses de embarazo, Mariella nunca supo ni se imaginó que su hija Valentina tenía síndrome de Down. Los médicos no lo anticiparon. “Cuando nació, por supuesto que el impacto fue fuerte, me costó muchos años afrontarlo porque tenía miedo, pero era por desconocimiento e ignorancia”, le dice a BBC Mundo.
Los primeros años fueron difíciles. A Valentina le costó caminar hasta que lo logró teniendo dos años y medio. Para estimularla, la llevaron a terapias de todo tipo como una fonoaudióloga, una kinesióloga o una psicopedagoga.
Pero, nada de eso la hacía realmente feliz, dice su mamá. “Ella tenía una vida muy monótona y llena de especialistas, absolutamente aburrida, sin movimiento. Y yo no me había dado cuenta”, explica.
Al poco tiempo de entrar al colegio, le tocó enfrentar un episodio complejo luego de que el establecimiento escolar donde estudiaba decidiera cancelar su matrícula, pues no tenían ni los recursos ni los profesores adecuados para guiarla. “La sociedad en general le tiene miedo a incorporar a personas con síndrome de Down porque los descolocan. Pero, es solo ignorancia porque después te das cuenta de que ellos hacen lo mismo que los otros niños solo que un poco más lento”, dice Mariella.
Desprovista de educación, sus padres lograron encontrar un lugar adecuado para ella: una escuela basada en el método Montessori que promovía el aprendizaje individual de cada alumno. Poco a poco Valentina comenzó a florecer.
Lo que más le entretenía era jugar fútbol en los recreos, algo que siempre hacía con sus hermanos mellizos, solo un año mayor que ella. “Mis compañeros decían que no jugaba bien fútbol… pero como soy una luchadora, tuve que aprender”, recuerda Valentina. Fue entonces cuando su vida empezó a cambiar.
Pero, nada de eso la hacía realmente feliz, dice su mamá. “Ella tenía una vida muy monótona y llena de especialistas, absolutamente aburrida, sin movimiento. Y yo no me había dado cuenta”, explica.
Al poco tiempo de entrar al colegio, le tocó enfrentar un episodio complejo luego de que el establecimiento escolar donde estudiaba decidiera cancelar su matrícula, pues no tenían ni los recursos ni los profesores adecuados para guiarla. “La sociedad en general le tiene miedo a incorporar a personas con síndrome de Down porque los descolocan. Pero, es solo ignorancia porque después te das cuenta de que ellos hacen lo mismo que los otros niños solo que un poco más lento”, dice Mariella.
Desprovista de educación, sus padres lograron encontrar un lugar adecuado para ella: una escuela basada en el método Montessori que promovía el aprendizaje individual de cada alumno. Poco a poco Valentina comenzó a florecer.
Lo que más le entretenía era jugar fútbol en los recreos, algo que siempre hacía con sus hermanos mellizos, solo un año mayor que ella. “Mis compañeros decían que no jugaba bien fútbol… pero como soy una luchadora, tuve que aprender”, recuerda Valentina. Fue entonces cuando su vida empezó a cambiar.
Sus padres decidieron incorporarla a Andes Mágico, una fundación chilena donde desde 1999 imparten programas de entrenamiento para personas con discapacidad. Con ellos, Valentina se fue por primera vez sola a los 14 años al centro de esquí Portillo, ubicado en la provincia de Los Andes, en Chile. Era un equipo de 9 hombres y ella.
“Recuerdo que volvió absolutamente cambiada. El viaje la transformó en un muy buen sentido de la palabra. Porque estuvo una semana sola y aprendió a esquiar. Esto la hizo empoderarse, sentirse mucho más segura de sí misma”, dice Mariella.
Deportista de excelencia
Poco a poco, los entrenadores notaron sus capacidades deportivas excepcionales y la incorporaron a diversos equipos, como el de fútbol y el de rugby, campos en los que compiten pocas mujeres. Cuando tenía 18 años, se unió al club Tarucas donde actualmente juega rugby y donde es calificada como una “deportista de excelencia y una mujer que rompe estereotipos de género”.
“Yo soy muy rápida y tengo suerte”, dice Valentina cuando le pregunto cómo hace para competir de igual a igual con hombres. “Además, tengo más fuerza que ellos”, agrega con mirada coqueta.
Su esfuerzo y motivación hicieron que fuera una de las seleccionadas para asistir al mundial Mixed Ability Sports (IMAS) de rugby en Irlanda en 2022. Al preguntarle cómo fue esa experiencia, Valentina dice que lo que más recuerda es que “había muchas mujeres”. Entonces, reconoce que le gustaría tener más compañeras en su club.
“Yo les diría ‘vengan, vamos a ganar, con fuerza y corriendo muy rápido. También les diría que lo paso muy bien haciendo deporte y que así nos mantenemos más delgadas’”, afirma sonriendo.
El próximo año, Valentina asistirá nuevamente al mundial IMAS con su equipo de rugby. Esta vez, el torneo se realizará en Pamplona, España. Para su papá, Rodrigo Biskupovic, los deportes “le han significado a Valentina una válvula de autoestima y de empoderamiento tremendo”.
“Ella se propone hacer algo, le resulta y eso la auto valida. Desde que empezó a hacer deportes, su personalidad se ha ido afiatando cada vez más. Ella se empodera y no le tiene miedo a nada”, dice.
—¿Es cierto que no le tienes miedo a nada?, le pregunto entonces a Valentina, que escucha a su papá atentamente.
—Es verdad. Nunca le he tenido miedo a nada. Yo soy una luchadora y no me rendiré, responde.
Amigos y vida independiente
Según Mariella, una de las cosas más positivas de que Valentina se haya incorporado a estos clubes deportivos es que conoció a mucha gente con discapacidad e hizo amigos, algo que fue clave para su desarrollo. “Nuestros hijos con discapacidad viven muy solos, ya que es difícil para ellos hacer amigos por la desconfianza de los padres. Valentina ahora se siente parte de un grupo, le ha dado sentido de pertenencia”, indica.
Valentina coincide. Dice que lo que más le gusta (después del deporte) es salir con sus amigos. “Me gusta estar con ellos, ir al cine, hacer fiestas. Me gusta bailar Barry White o Luis Miguel. También cantar karaoke”, asegura.
Hoy, la joven de 22 años está estudiando en la Universidad Andrés Bello un diploma en habilidades laborales. Allí conoció a su novio, Pedro, quien también tiene síndrome de Down. Le queda solo un año para graduarse. “En el futuro, me gustaría enseñar deportes a los niños y adultos”, dice. “También quiero vivir sola”, agrega.
Su mamá, Mariella, dice que ese es el próximo paso: el inicio de una vida independiente. Para eso, le está enseñando a cocinar y a hacer distintas tareas del hogar. “No estoy exenta de miedos de liberarla completamente”, reconoce.
“Por supuesto que es complejo, está todo el tema sexual. Pero cuando la soltamos para hacer deporte, le hizo tan bien… el beneficio de darles libertad, de que ellos realmente hagan su vida, es muy alto. Por eso, a todos los padres de niños con síndrome de Down, les diría ‘atrévanse a liberarlos, no les va a pasar nada, hay que prepararlos al igual como a los otros niños. Porque no los podemos tener encerrados toda la vida’”, afirma.
Mariella dice que en todos estos años siendo mamá de Valentina no ha tenido que enfrentarse a demasiados estigmas o discriminación. Quizás, explica, porque siempre aceptó a su hija tal cual era y siempre creyó en ella.
“Si a mí alguna vez me dijeran que mi hija no va a poder hacer algo, yo les diría ‘eso es problema tuyo. Mi hija sí puede y yo feliz que lo haga’”, plantea.
Valentina, por su parte, siempre supo que había nacido con síndrome de Down y está orgullosa de eso. Para ella, un día como hoy -21 de marzo- es casi tan importante como su cumpleaños. Porque se celebra su día, el del síndrome de Down, y en su casa harán una fiesta. Probablemente, Valentina bailará Barry White o Luis Miguel, y seguirá repitiendo lo que dijo muchas veces en esta entrevista: que, ante todo, es una persona feliz.
*Por Fernanda Paúl – BBC Mundo
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21 de marzo, Día Mundial del Síndrome de Down
21 de marzo de 2024.-