«Mi hermano siempre soñó con una moto».-

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Johana es una de las hermanas de Pablo. El sábado, a poco más de cuatro meses de la muerte de su hermano, estaba en un velatorio, y escucho los cortes de las motos que pasaban por la esquina. Como cada vez desde entonces, se le puso la piel de gallina,  se heló la sangre. Estuvo unos minutos y escribió en su facebook. Después lo borró. Se arrepintió y por primera vez, despojándose del “que dirán” publicó algo de lo que sentía. “No podía entender que los chicos estuvieran afuera tirando cortes y esa familia destruida por la muerte de un bebé tuviera que pasar también por eso”, dice hoy.

 

Era una noche fría de mayo. Cerca de la medianoche Pablo agarró la moto y fue a buscar una porción de ñoquis que había encargado en una casa de comida. En el camino se cruzó con dos de los chicos del grupo de las motos que lo invitaron. Dudó, pero se fue con ellos. Subieron ala la ruta, oscura, estaban sin luces. Llegaron al punto de encuentro. Pablo no quería correr, cayó en cuenta que tenía mucho frio y había ido sin casco. El grupo pesa y empezaron a insistir para que corra: era la única moto de cilindrada chica. Que no, que si, finalmente fue si. Se animó, era la primera vez. Corrió, pero hizo un tramo muy corto. Algo falló. Quizá no calculó para que los otros volvieran, o talvez la oscuridad hizo que uno se cruzara. Chocaron de frente. El impacto fue una bomba que explotó e iluminó con el roce de los hierros la noche. El velocímetro de Pablo quedó en 65 y el de  otra  en 170. Los cuerpos desparramados en medio de la ruta daban cuenta de una carnicería
Empezamos a hablar de lo que pasó ese viernes imborrable. Johana  cuenta que “Pablo nunca había corrido, supuestamente lo que dicen los amigos. Tampoco fue a correr, fue a mirar, dicen, y faltaba una para correr. Nosotros no estábamos en el lugar, es lo que nos dijeron. Murieron 2 chicos esa noche en ruta 205 pasando 51. Ninguno de los que quedó vivo se acercó. Hablan entre ellos, pero hay muchas contradicciones”.

La mirada perdida, con una mezcla de desazón y de impotencia dice “Ellos no toman conciencia. Eso ocurrió el viernes 27 de mayo. El sábado 28 mientras lo velábamos a Pablo estaban corriendo en el mismo lugar. Entonces te das cuenta que no tomaron, no toman conciencia. No son sólo chicos, hay chicas también. Eso no te cierra. El chico es más rebelde pero la mujer? Al parecer no les importaba nada, sin casco, nada, vale todo”.

“Mi hermano era albañil y tenía 17 años. No había terminado la escuela secundaria. Más o menos son todos de la misma edad, algunos más grandes”.

Si hablamos de los sueños, de los proyectos por delante Johana me cuenta que Pablo se guardaba todo, era muy poquito o nada lo que contaba de lo que sentía. La moto fue un sueño hecho realidad para él. Le costó comprársela: “Ninguno de la familia o de los que lo queríamos le quiso ayudar a comprar esa moto por lo que podía llegar a pasar. Él vivía en una punta y trabajaba en la otra. Entonces, se buscó sus vueltas y se compró su moto chiquita y usada. O sea que para matarte no necesitas mucho. Se la compró y no la alcanzó a terminar de pagar. Hacía un mes que la tenía cuando murió. Pablo vivía con mi mamá. Siempre usaba casco. Le teníamos que decir que se lo sacara para hablar. Ese día no sé. Lo lustró, lo dejó arriba de la mesa y salió a buscar los ñoquis que había encargado y no volvió nunca más. No llegó nunca a comprar los ñoquis. Se los cruzó a estos chicos en el camino, echó nafta y siguió”.

 

“Dale Pablo, corré”.
Los verdaderos amigos de él no estaban ahí. Estos eran conocidos de la calle “A algunos los conozco, a la mayoría. Tenía pocos amigos pero desde que compró la moto todos los días aparecía gente nueva. Una Saluda, nosotros no culpamos a nadie. Ni a los que estaban ni a los que no estaban. Ellos eligieron en ese momento lo que hicieron. Vos corres si querés nadie te obliga”.
Johana repasa que la familia estaba compuesta por cinco hermanos. Era el antepenúltimo. Los padres se habían separado cuando Pablo era chico. Él sufrió mucho esa separación, era chico. “Es una situación terrible. No se puede entender como seguimos. Por un lado te parece que fue ayer y por otro lado todo el dolor se hace insostenible. Por momentos caemos y por momentos volvemos a salir. Pasaron cuatro meses y parece una eternidad a veces, y como si no hubiera pasado nada otros días. No sé como explicarte”.

Dicen que siempre hay uno especial en la familia. Ese era Pablo. “Me visitaba todos los días, llegaba, me abrazaba, me daba besos. Era alegre. Estaba esperando para festejar sus 18. Le había pedido la quinta a mi tío para festejar sus 18. Porque al otro se lo habíamos festejado, no se podía pero él quería. Cumplía en diciembre. Y te decía ¡que me vas a reglar para mi cumple años? A mi me pedía que le alquilara el toro mecánico, que iba a pasar con sus amigos en la quinta. Muchas cosas tenía pensadas para ese cumpleaños”.

Este es el tramo de la charla donde Johana puede dejarse llevar por ese recuerdo y saca una sonrisa “No sé si pensaba en la familia. Él era vago. Nuestro otro hermano es distinto, pero Pablo era un tiro al aire, no se si era para estar en familia. Por ahí más adelante. Mis papás hicieron lo que pudieron,  él estaba un tiempo con uno, otro tiempo con otro. Pero talvez eso le jugó mal. Talvez porque nosotros éramos un poquito más grandes”.

Pero rápidamente trata de volver con la razón sobre la charla y reflexiona “Los chicos lo toman como una aventura, me he peleado muchas veces con algún chico. Ellos piensan que nunca les va a pasar. Están muy rebeldes, no piensan en la gente adulta, en los bebés, en los abuelos. Entiendo, no los juzgo, pero me parece que hay otras formas de disfrutarlas. Ando en moto también o en bici que es lo único que tengo para moverme, si me tiene que pasar me va a pasar. Pero ellos se la buscan. Y ponen en riesgo a otras familias o personas”.

Por dónde pensar la solución, como ayudar, que hacer, son algunos de los interrogantes que movilizaron  a Johana en la propuesta de este dialogo. “No se si un lugar donde estén puede servir. En el centro no se puede andar. El domingo salí a quince minutos a un velorio, me fui, los crucé haciendo Willy, corriendo. Hay que entender el dolor de esa familia también. La otra noche cuando pasó lo del otro chico, en el hospital, pasaban y tiraban cortes. No sé que les llamará la atención. Porque una moto tiene mil cosas de disfrutarlas, no así. Faltándole el respeto a las autoridades, a los zorros, a la policía, ellos pasaban por la otra calle donde estaba el operativo. A veces culpaban a las autoridades, pero ya no tienen forma de pararlos, son treinta o treinta y cinco motos, ponele que alguien los corra y le pasa algo, los culpables son las autoridades, y con suerte que no lleven a alguien por delante”.

Ya sobre el final parece que las palabras quizá aliviaron, aunque sea por un rato el peso de esa mochila que siente Johana tan pesada, con resignación. “Te hablo desde lo que viví, desde este dolor que tengo y que voy a llevar toda mi vida, que no se va a curar nunca. No se que piensan los chicos, ojalá tomen conciencia. Haría lo que sea para que tomen conciencia. Para estos chicos me parece que no tiene sentido nada. El mismo día que velaban a mi hermano estaban corriendo en el mismo lugar donde murieron dos, haciendo lo mismo. Te pones a pensar y ojalá tomaran conciencia. Pero si con la cantidad de muertes no lo hacen no sé, eso es lo que uno ve. Cuando o como, no sé qué tendría que pasar. Ellos no tienen valor de su propia vida, ellos no se valoran. Tienen que pensar que tienen una vida y que vale. Mi hermano tomaba, pero no se drogaba. Talvez algunos tomen otra cosa, no lo sé, muchos dicen o hablan, pero mi hermano no tenía nada cuando hicieron la autopsia”.

“Mi hermano soñó siempre con una moto. Si él hubiera ido a ese lugar y no tenía moto por ahí se la prestaban. Ese día tenía moto, dijo que no porque no había llevado el casco y después lo convencieron. Había muchas oscuridad, sin luz, le había sacado las luces. Dejó las luces arriba de la cama y el casco arriba de la mesa. De los cuatro que iban corriendo uno solo tenía luces. Él a su moto la desarmaba todos los días. Le gustaba tener su plata, pero nunca nos dijo nada si le gustaba otra cosa. Por ahí contaba más otras cosas. A mi casa iba todos los días a ver a mi hija, le gustaba hablar de mujeres. Iba para estar con la nena. Capaz que entraba y decía “hola” y después te descuidabas y no estaba más”.

«Cada vez que pasa algo con otros chicos revivís todo, se te viene todo a la cabeza. Tratas de ser fuerte, pero se te viene todo a la cabeza. Cuando cruzas los chicos en la ruta te preguntas que sentido le verán ellos a la vida. Ojalá valoraran la vida. A mí se me pone la piel de gallina de verlos andar así. Nos pasó algo parecido con otro chico, que lo chocó un camión. Pablo había visto todo, ni quiso ir a despedirlo. Hablábamos del tema después: le decía “Pablo tenés que tomar conciencia, tené cuidado”.
A mi hija fue muy duro decírselo.  Eso te moviliza un poco más. Y cuando los ves en la moto, decís “no piensan el dolor que pueden causar”. A veces no tenés la fuerza para contestar.  Lo escuchas de una criatura y te parte el alma, son los que más sufren».

¿Qué te quedó pendiente? «Muchas cosas, ¿qué no vas a querés compartir ahora que no lo tenes? Esperábamos el cumpleaños, ese era el proyecto que teníamos. Antes ir a Luján caminando, luego nació mi hijo más chico, el año siguiente tenía que  amamantarlo, y este año que íbamos a ir si o sí, paso esto y tuve que ir sola.

«Para mi gusto no se respeta nada, la falta de educación, talvez. Como papa de la puerta para adentro podes hacer muchas cosas, pero en definitiva después de la puerta para afuera ellos deciden. Después como sociedad hay otra cosa, a mucha gente le gusta el morbo. Cuando pasó lo de mi hermano publicaron las fotos de los cuerpos en la ruta. No entiendo eso, no entiendo que sentido puede tener para algunos ver eso».

 

Una sociedad en vilo por treinta pibes.-
Fijate, una sociedad depende de treinta pibes. Una moto venía con una chica atrás, levantó la rueda de adelante y voló la chica, sin casco, sin nada. Así como cayó al piso se levantó y se volvió a subir. Fue en la esquina de Alem y Av. Moreno. Todos muertos de risa. Sus valores, carencia afectiva, vale todo. Da lo mismo si se parte la cabeza, si va con uno u otro. Ellos no tienen una respuesta.
«Ellos no saben el dolor que causan. Los que van a estar con ellos es la familia. Los amigos son contados, ahí no está nadie después. Los otros, mientras nosotros lo velábamos estaban corriendo de nuevo. No puedo meter a todos en la misma bolsa, alguno quizá sentiría dolor. Pero si no toman conciencia con una muerte ¿con qué? Si lastiman o matan a otro, el mal que causan. Vivo a una cuadra de Mariano Acosta y lo vemos todos los días. El vienes cuando estábamos en el hospital con la familia de Carlitos Varela, tirando cortes pasaban. La mamá estaba destruida, los miraba y escuchaba y no podía creer”.

Quebrada, emocionada, temblando como una hoja al viento, Johana puso todo de sí, lo único que podía en este presente: poner el dolor en palabras “Ojalá nadie se ofenda con mis palabras. Se los aseguro que se los digo desde lo más profundo de mi ser. Es sólo poner en palabras el dolor de alguien que perdió un hermano arriba de una moto. Piensen por unos minutos en las criaturas, en las personas mayores, en los adultos que están mal, en los otros chicos que ya no están no se puede hacer nada, pero por todos los que los miran, sean sus ejemplo. Chicos, valoren su vida, cuídense, respétense ustedes”.
Con la esperanza de que con algún testimonio pueda llegar aunque sea a un solo chico “ Ojalá pudiera llegarles al corazón, que se respeten ellos, para que respeten su vida.

Graciela Acahbal, 10 de octubre de 2017.-

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